No soy de esas personas de los que se meten en líos ni de los que andan peleando con los bancos. Soy de esas personas que si me cobran de más en el supermercado y es poco, pues oye, no tengo que ponerme a discutir.
Ahora bien, es cierto que cuando creo que me están tratando de imbécil, aunque suene fuerte la palabra, montó en colera. Por eso, os voy a contar mi historia con la hipoteca, por si puede servir a alguien de ayuda.
Siempre pensé que firmar una hipoteca era como firmar un contrato con el destino, o mejor dicho, firmar un contrato con el diablo. Aceptas lo que te toca, trabajas duro y pagas lo que debes. Y a callar. Así lo hice durante años. En 2012 compré un piso pequeño, algo justo para mí y mi pareja, pero en la zona que yo quería y donde mejor me venía para ir a trabajar. Hicimos números mil veces, apretamos el cinturón y firmamos. Y lo hicimos con ilusión, sí, pero también con ese miedo que uno lleva en el estómago cuando sabe que se está atando para décadas.
Durante la firma recuerdo cómo nos pusieron por delante una pila de papeles que apenas entendíamos. La verdad es que es lamentable que se aprovechan de gente mayor para sacarles todo el dinero. Notaría, gestoría, registro… gastos, más gastos y más gastos. Pero no dijimos nada. Supusimos que era lo normal. Años más tarde descubrí que no lo era. Me recordaba a mi yo que no decía nada en el supermercado, pero que cuando le llaman imbécil se revela.
El día que todo cambia
Todo cambió un día cualquiera, tomando café con un compañero de trabajo. Me contó que había recuperado varios miles de euros por los gastos de formalización de su hipoteca.
Me reí al principio, como si me estuviera hablando de una película de ciencia ficción. ¿El banco devolviendo dinero? No me lo creía, es triste, pero es cierto que lo estamos viviendo. Me venía a la cabeza la famosa frase de “la banca siempre gana”. Pero él me enseñó un correo de sus abogados, la sentencia favorable y hasta la transferencia que había recibido. Ahí empecé a prestar atención.
Durante unas semanas lo dejé estar. Soy de los que duda mucho antes de mover ficha. Pero un domingo por la tarde, revisando una vieja carpeta con papeles de la hipoteca, empecé a juntar documentos: la factura del notario, la de la gestoría, el registro de la propiedad... Estaban todos. Entonces pensé: «¿Y si yo también puedo reclamar?»
Busqué en internet y contacté con un bufete que se especializaba en este tipo de reclamaciones. No me costaba nada intentarlo, me dijeron, y si no recuperaba nada, no tenía que pagarles. Les envié toda la documentación y me llamaron a los pocos días para confirmarme que tenía muchas probabilidades de éxito.
Desde Abogados en Santander, expertos abogados de divorcio en Santander, me dijeron que en el momento de firmar mi hipoteca, se me solicitó una provisión de fondos para cubrir ciertos gastos. Ahora, gracias a la Sentencia 705/2015, los pagos asumidos por el consumidor son declarados nulos.
Un proceso sencillo
El proceso fue más sencillo de lo que esperaba. Me informaban de cada paso. Lo que hicieron fue enviar una reclamación al banco, que respondió con evasivas. Entonces presentaron demanda. Pasaron varios meses, lo reconozco, y a ratos pensé que no valía la pena tanta espera por unos pocos cientos de euros. Pero los abogados insistían: “Confía, es tu derecho”.
Y un día, sin más, me llegó la resolución del juez: el banco debía devolverme casi 3.200 euros más intereses. No lo podía creer. Me senté en el sofá, con la carta en la mano, y me quedé mirando al vacío durante un buen rato. No era solo el dinero. Era una sensación de justicia, de haber hecho lo correcto. De que alguien, por fin, le había dicho al banco: “Esto no se hace”.
El ingreso llegó un par de semanas después. Pagamos una pequeña escapada con mi pareja y el resto lo dejamos para imprevistos. Pero, más allá de lo económico, sentí que había recuperado algo más valioso, que es el respeto hacia mi persona. Recordé eso de que a mí nadie me llama imbécil a la cara.
Hoy, cuando alguien me dice que no vale la pena reclamar, que los bancos siempre ganan, yo les cuento mi historia. A veces hay que mover ficha. Y otras veces, hay que dejar que quienes saben te ayuden a ganar la partida.