De un tiempo a esta parte hay una tendencia a cambiar las bañeras por duchas. Antes, si un baño no tenía una bañera es como si estuviera desnudo, como si no luciera. Ahora mucha gente opta por cambiarlo por un plato para ducharse, encapsulado en una mampara. La cabina de higiene personal. ¿Tendrá que ver con la comodidad?
Rosa montó una familia en los años 80. Con su marido, Pepe, compró un piso en un barrio a las afueras de la ciudad. Cada mes lo primero que hacían era pagar la letra del banco. Rosa estaba contenta. En su piso tenía un cuarto de aseo (con un lavabo y un inodoro) y un cuarto de baño con una magnífica bañera blanca. Era tan grande que cabía una persona tumbada. A Rosa no le gustaban las bañeras pequeñas, esas medias bañeras que estaban en un rincón, pensaba que aquello era un apaño. Desde luego, estrenó su bañera, pero se dio cuenta de que los únicos que la usaban eran los niños cuando eran pequeños.
Pepe llegaba por las tardes del taller y se daba una ducha rápida. Se cambiaba de ropa y se bajaba al bar a tomar unas cañas con los amigos. A Rosa no le daba la vida. Era impensable que perdiera el tiempo en llenar la bañera y después retozara en ella durante media hora o tres cuartos. No se lo podía permitir, tenía un montón de cosas que hacer.
Los niños se hicieron mayores, y dejaron de utilizar la bañera. Bueno, se metían en ella, para usar la ducha. Entraban allí a cualquier hora y en un plis plas se habían aseado, y anda para la calle. Con los años, los chicos se independizaron y cada uno hizo su vida. Rosa y Pepe se quedaron solos en el piso.
La hija mayor tuvo una niña. Rosita, la nietecita, la alegría de la casa. Cuando iba a ver a los abuelos se tiraba horas enteras en la bañera, jugando con sus juguetes. La bañera había vuelto a ser útil. La niña estaba contenta, decía que la abuela le dejaba el tiempo que quisiera en el baño, mientras que con su madre era todo muy rápido. A bañarse, a cenar, a ponerse el pijama y a dormir. Todo en menos de una hora. Las nietas crecen, dejan de ser niñas. Llega un día en el que dicen que para bañarse ya tienen su casa, no necesitan el baño de la abuela.
A los pocos años de jubilarse, Pepe contrajo una enfermedad. Fue rápido, en menos de un año se lo llevó. Ahora Rosa vive sola en el piso a las afueras de la ciudad. Ya es suyo, les costó mucho esfuerzo pagárselo al banco. Para ducharse, tiene que levantar las piernas y meterse dentro de la bañera. Le cuesta un poco de esfuerzo, se siente menos ágil. Dentro de la bañera se mueve con precaución, tiene miedo de resbalar. Ya ha tenido algún tropiezo cuando se levanta a media noche con el piso a oscuras para ir al baño o beber un vaso de agua. Los hijos están preocupados, le han convencido de cambiar la gran bañera blanca por un plato de ducha y cubrírselo con una mampara. A Rosa le gusta, dice que hasta queda bonito.
Hace unos años trabajaba para una revista, era una especie de comercial. Recorría España vendiendo suscripciones en los departamentos de las universidades. Me alojaba en hoteles de una o dos estrellas. Todavía no se había popularizado internet, era una cosa rara que habían inventado los americanos. Me acercaba a una universidad, me hacía con los números de teléfono de los departamentos de cada facultad. Pasaba la información por fax a la oficina central, desde ahí, mis compañeros, en una especie de locutorio, concertaban las entrevistas. Cada mañana recogía la planificación del trabajo desde un teléfono de monedas que había en la cafetería del hotel. Desde ahí me iba al campus. A la hora fijada tenía una entrevista con un profesor en su despacho, normalmente el jefe de departamento, y le intentaba convencer para que se suscribieran durante un año a nuestra revista. Así me recorrí Valladolid, Zaragoza, Valencia, Bilbao, Salamanca.
Recuerdo una habitación de hotel en el que me alojé que en el baño había una bañera con una repisa al lado de la cabecera. Una noche, después de terminar el trabajo, saqué una botella de vino de 33 cl del mueble bar y una copa, y preparé la bañera, dejando que se disolvieran en el agua tibia las sales de baño que había dejado la intendencia del hotel sobre la repisa. Me metí en la bañera y me relajé, degustando mi copa de vino a pequeños sorbos mientras dejaba la mente en blanco. Es curioso, no puedo decir que hotel era, ni en qué ciudad estaba, pero recuerdo con nostalgia aquella habitación. Es una de esas experiencias que a uno le gustaría repetir.
Le decía a mis compañeros de oficina que cuando me programaran los viajes me buscaran un hotel con bañera. Si era un problema de dinero, yo pagaba la diferencia. No había manera. Todos los hoteles en los que me alojaba tenían ducha, pero no bañera. Durante ese tiempo puedo decir que fui testigo de la variedad de duchas que hay en el mercado. Mangos de ducha con efecto masaje, alcachofas con efecto lluvia, cuadros de control que parecen los interruptores de una máquina. Suelos de terraza, acrílicos, de cerámica. Unos pequeños y otros casi tan grandes como un quinto de habitación.
Una persona que conocí en Valladolid, que trabajaba en Baños Espacio, una empresa especializada en platos de ducha, me comentó que las duchas se podían instalar en cualquier espacio. Eran económicas y fáciles de colocar. Tal vez por eso los establecimientos hoteleros habían optado por ellas.
Tomando una copa, una tarde, un conocido que trabaja en Mapfre me informó que las duchas ahorran un 90% de agua respecto a las bañeras. Asombrado le pregunté: – ¿Cómo sabes tú tanto de duchas? – y él me contestó que para ser agente de seguros tenía que estar informado, a ver si me pensaba que era un vendedor de botes de humo.
Aparte del aspecto económico, puedo decir, basándome en mi propia experiencia, que los platos de ducha tiene múltiples ventajas. Para empezar eliminan las barreras arquitectónicas. Están a ras del suelo, con abrir la puerta de la ducha ya estás dentro del habitáculo. No tienes que levantar la pierna, ni para entrar, ni para salir; ni tienes que mirar donde pones el pie para no perder el equilibrio.
Tienen un piso antideslizante. Uno de los problemas que ha tenido siempre ducharse dentro de una bañera es la posibilidad de resbalarse. Solo con pensarlo da miedo. Caerte en el interior de la bañera, con el espacio tan estrecho que tiene y las paredes tan duras, el golpe puede ser muy doloroso. Las bañeras fueron inventadas para bañarse, aunque por comodidad la empleamos más como espacio de ducha. El agua resbalando en la superficie esmaltada crea una superficie insegura. La bañera es uno de los espacios donde más accidentes domésticos se producen.
Otro de los aspectos es su fácil limpieza. Aunque en mi época de comercial no me encargaba de limpiar los baños, ahora limpio la ducha de mi casa. Lo reconozco, sí, yo también instalé una ducha en el baño. Los platos de ducha son superficies fácilmente accesibles, resistentes a los hongos y a las bacterias, y se limpian con agua y jabón neutro. No necesitamos productos químicos. Con un estropajo frotamos toda la superficie y la aclaramos con el agua de la alcachofa de la ducha. Para quitar las manchas de cal que quedan en la mampara, sea tanto de cristal como de plástico, en un artículo del periódico El Español recomienda utilizar vinagre. Es un poderoso anti-cal y un eficaz desinfectante. Si no se quiere recurrir a este truco, siempre se puede usar amoniaco disuelto en agua, o algún limpiacristales recomendado para estas superficies.
Las duchas reducen las filtraciones de agua y la propagación de la humedad. Es un habitáculo acondicionado para ese uso. El plato es una sola pieza, con un material que repele el líquido y un nivel de inclinación suficiente para que el agua de la ducha se vaya inmediatamente por el desagüe, sin propiciar charcos. La mampara protege de la humedad y se cierra con tiras de goma para evitar que el agua se escape.
Con el tiempo hemos sustituido el glamour por la comodidad. Hemos cambiado la bonita bañera, que apenas usábamos por cabinas de ducha, que son más útiles, y que se corresponden con el método de limpieza que empleamos con más frecuencia.
En el recuerdo quedó el baño relajante de espuma, dejando las horas pasar, acompañado por una copa de vino y música de fondo. Un elemento más de la nostalgia. Un capricho que el trepidante ritmo de la cotidianidad no nos permite disfrutar. Siempre nos quedará aquella habitación de hotel con la bañera en el baño para rememorarlo.